Comienzo del proceso creativo / 1980

¿Qué me pasa?

Un día, a comienzo de los 80, el piso se borró bajo mis pies. Todo se transformó en interrogante: el misterio, las viejas certezas, la mirada y lo mirado, los procesos y las obras, las dimensiones mensurables y las no mensurables, el sentido y el no sentido, el aquí y ahora y la eternidad. Un sentir indescriptible me colocó en un espacio nuevo, que era, al expresar de Salvador Pániker “… un agujero virtual, una nada fértil, que contiene el caos que contiene el orden”. Esa movilización casi infinita me plantó frente al campo inimaginable de la creatividad pluridimensional donde no existen las coordenadas que rigen nuestra cultura occidental ¿Cómo? Si, en esos territorios no existe la gravedad.



Y así fue…

Poco tiempo antes, el objeto, leit motiv de mi ser artista, se había estrellado contra el piso haciéndose añicos en su fastuoso protagonismo.
Con esta caída se modificaba simbólicamente la caída del consumo, del dinero, del poder indiscriminado de la razón sobre la intuición, del pensamiento sobre el sentimiento, de la materia sobre el espíritu y de otra gran cantidad de factores que día a día someten y degradan al ser humano desde el anonimato de un poder perverso y discriminatorio. En su estallido, el objeto dejaba lugar al espacio, al espacio que me habita y al que habito desde las paredes de mi casa, de mi país, del planeta, del universo.
La inquietud me llevó a crear espacios que a su vez movilizaran la participación creativa de los otros, espacios desencadenantes de acciones nuevas, de mundos y universos donde el participante percibe su propia creatividad de percibir. La necesidad de dar curso a este cúmulo de inquietudes me hacía volver una y otra vez a la investigación, a mis trapos colgados del techo, o tirados prolija y desprolijamente por el piso; a las tensiones que se generaban entre mi cuerpo y las telas a través de simples movimientos. Mi viejo taller de escultura, cerámica y pintura se convirtió en un laboratorio para el desarrollo de la percepción. Día a día el blanco aparecía con más y más posibilidades.
Densidades, tramas, transparencias, direcciones e infinidad de variables plásticas comenzaron a organizarse con un lenguaje propio, cuyos contenidos estaban implícitos en el lenguaje mismo. Al poco tiempo se sumaron los espejos. Espejos para contemplar el cielo, para reconocer la mirada. Espejos para explorar lo opuesto y complementario de la propia mirada creativa. Espejos para desarticular el espacio y encontrar en mi ojo las formas que existen y a su vez no existen en la "realidad ordinaria". La virtualidad del espejo me dio herramientas prácticas para comenzar a cumplir el viejo sueño de quitar la gravedad.
Poco a poco las telas se convirtieron en los muros de mi estudio, en el continente de las obras que ya nada tenían que ver con los objetos pintados o esculpidos. Las nuevas obras fueron lisa y llanamente la respuesta vivencial y sensorial de todos y cada uno de los protagonistas que transitan el espacio creado.
La resultante final fue y sigue siento un profundo y poderoso compromiso con los cambios que abren a nuevas visiones del mundo, con los estímulos para abrir conciencias en los territorios individuales y sociales. Un arte que acaricia los sentidos y aproxima a una comunicación directa y sensible con la Creación. Fue muy bueno darme cuenta de que el mundo es una construcción de la mirada y como tal susceptible de ser modificado.